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Trabaja con nosotrosTres amigos, a bordo de sus Ducati Multistrada, decidieron perseguir un sueño: conectar los tres puntos más extremos de Europa —Oeste, Sur y Norte— en un solo gran viaje. No se trató de un simple itinerario, sino de una verdadera expedición, hecha de asfalto y terracería, desiertos y fiordos, cansancio, risas, imprevistos y paisajes inolvidables. Fue una aventura vivida al máximo, impulsada por la misma pasión, su amistad y el espíritu Ducati.
Nuestra aventura comenzó en el sur de España y cruzamos el país de lado a lado. Hicimos una parada en las formaciones rocosas del desierto de las Bardenas, y luego seguimos el río Duero desde su nacimiento hasta su desembocadura en Oporto. Ahí el paisaje cambió por completo: de tierras áridas a un entorno escarpado, habitado por gente cálida y hospitalaria.
Una vez que llegamos a Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa, recorrimos durante horas la costa del Atlántico, por caminos secundarios y rutas de terracería. Después bajamos hacia el sur, cruzando olivares y terrenos arenosos hasta llegar a Tarifa, nuestro segundo cabo, el más meridional.
Durante el cruce de los desiertos españoles —Gorafe, Mahoya, Tabernas, Monegros— vivimos uno de los episodios más críticos de todo el viaje. Pero fue una experiencia que nos unió más que nunca. Nuestro amigo Karim cayó con su Multistrada en un barranco. Fue un momento muy delicado, pero la suerte estuvo de nuestro lado: ningún daño físico, solo una direccional rota, y sobre todo, una cadena humana de solidaridad excepcional para sacar la moto de una posición muy complicada. Esa colaboración nos hizo comprender la importancia del grupo en viajes como este.
La segunda parte de la aventura nos llevó hacia el norte, cruzando 16 países. Tras recorrer las carreteras de los países bálticos, tomamos un barco para cruzar el golfo de Finlandia y luego subimos por los 2,000 km de caminos de terracería en Finlandia, bajo el sol de medianoche.
La llegada a Nordkapp fue el momento simbólico y quizá el más intenso de toda la experiencia. El clima era perfecto, la atmósfera surrealista. Pero lo que hizo que todo fuera aún más increíble fue el hecho de que durante más de cinco horas estuvimos completamente solos en la isla de Magerøya: solo nosotros, nuestras motos y decenas de kilómetros de caminos y pistas por explorar. Libertad pura.