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Trabaja con nosotrosVivir veinticinco años en Tailandia, después de crecer en Suecia, me enseñó que el concepto de hogar es algo que se redefine constantemente. Cuando surgió la oportunidad de emprender un viaje en moto hasta el Campamento Base del Everest con cuatro compañeros más, pensé menos en el destino y más en las sensaciones que viviría en el camino.
Más de 10,000 kilómetros entre Tailandia, Laos, China y el Tíbet; no fue solo un desafío físico, sino también una especie de viaje hacia mi historia personal. Cada mañana, el cansancio daba paso a la admiración por los paisajes atravesados, y a menudo me preguntaba qué era realmente lo que buscaba: ¿la emoción del descubrimiento, la silenciosa compañía de la carretera, el enfrentamiento con mis propios límites?
Llegar a los 5,200 metros del Campamento Base del Everest fue un momento suspendido, más íntimo que celebratorio. El amanecer sobre las cumbres fue, por supuesto, hermoso, pero lo que recordaré más es la sensación de ser pequeño, agradecido y lleno de preguntas. Quizás los momentos más intensos fueron cuando, conduciendo por China o enfrentando tramos desafiantes fuera de carretera, sentí el privilegio y la fragilidad de estar allí, equilibrado entre la exaltación y la admiración.
Antes de partir, confié en mi Multistrada V4 Rally, cuidadosamente elegida por su capacidad de tanque y promesa de fiabilidad. En la carretera, sin embargo, me di cuenta de que la seguridad nunca es absoluta y que cada día la ruta enseña algo, ya sea la necesidad de vestirse en capas para el frío intenso o el deseo de dejarse sorprender, a pesar de las expectativas.
Mientras continúa el viaje de regreso, sigo cuestionando qué me impulsa a partir, una y otra vez. Quizás, más que el destino, es el deseo de escuchar mis pensamientos dentro del casco, de vivir días completos, aunque a veces difíciles. Y si realmente hay una recompensa al final, tal vez sea esta nueva conciencia, ganada a través de la altitud y los kilómetros, que me acompañará dondequiera que vaya.