El primer día dejamos el Cerrado brasileño y llegamos a la frontera con Paraguay. Un largo traslado por carreteras calurosas y transitadas, a través de ciudades y zonas agrícolas. La adrenalina de la partida y las ganas de descubrir el mundo más allá de la frontera nos mantuvieron concentrados y cargados, a pesar de las muchas horas sobre el sillín.

Cruzar Paraguay fue un salto a otra dimensión: pueblos rurales, tráfico desordenado y carreteras en peor estado. Entrando en Argentina, dejamos atrás las llanuras y empezamos a ver las primeras montañas. Salta era una ciudad viva, nos recibía al pie de los Andes. Era perfecta para hacer una pausa, revisar las motos y pasar la noche antes del ascenso a las grandes altitudes.

Este fue uno de los días más intensos. Después de Salta comenzamos el ascenso al Paso de Jama, superando los 4.000 metros. El aire se enrareció, las temperaturas bajaron y el paisaje se transformó en una alternancia de valles, lagunas y montañas de colores. Sin embargo, llegar a San Pedro de Atacama, en pleno desierto chileno, fue un logro emocionante.

Pasamos un par de días explorando los alrededores: el Valle de la Luna, los géiseres del Tatio, las lagunas de altura. Pero el momento que quedará para siempre en nuestra mente y nuestro corazón fue llegar a la Laguna Azul, a más de 4.000 metros, con viento fuerte y cielo despejado. El agua era de un azul profundo, irreal. Mirar a mi alrededor y ver a mi hijo a mi lado, ambos sobre el sillín de nuestra Multistrada en ese paisaje surrealista, fue algo que no puedo explicar. Un recuerdo que guardaré para siempre.

El descenso desde el desierto hasta la costa del Pacífico fue rápido, pero espectacular. El paisaje cambia bruscamente, de las áridas montañas al desierto que llegaba hasta el mar. Llegar a Antofagasta y ver el océano Pacífico frente a nosotros fue un momento lleno de significado: no sólo recorrimos kilómetros, sino que lo hicimos juntos, superando obstáculos y descubriendo lugares increíbles.

El regreso fue largo y desafiante, pero también una oportunidad para rehacer el viaje. Cruzar de nuevo Argentina nos permitió ver con otros ojos los lugares ya visitados. Cada día era un nuevo trozo de camino compartido, cada parada una charla, una risa, un momento para capturar con fotos. Después de más de dos semanas, volver a Brasil fue como cerrar un círculo. Cansados, pero enriquecidos por todo lo que habíamos vivido.